Infolatam
Caracas, 9 de diciembre de 2012
Por MARIA TERESA ROMERO
Ante la presión de los rumores y de las informaciones periodísticas, Hugo
Chávez finalmente no sólo confesó que su enfermedad de cáncer existe, que
no es otro invento de la oposición y del imperio yanqui, sino también insinuó
que es grave y que podría inhabilitarlo para continuar en el poder. Aun cuando
lo haya negado numerosas veces durante la campaña para las elecciones
presidenciales del 7 de octubre pasado, es obvio que entonces continuaba
enfermo y que no lo reconoció para lograr más fácilmente su reelección.
Esta confesión pública a tan sólo una semana de las elecciones
regionales, tan importantes como las presidenciales para el mantenimiento y el
avance del proyecto militarista y neocomunista chavista, crea suspicacia.
Después de 14 años de gobierno los venezolanos sabemos que Chávez y sus
mentores cubanos no dan puntada sin dedal. ¿Por qué este sorpresivo anuncio en
clave trágica, de posible renuncia, justo en este momento clave, al final de la
campaña?, si su situación de salud es tan grave como dio a entender el propio
Presidente, ¿por qué no renunció de una vez?
Una lectura inmediata apunta a creer que la enfermedad es realmente tan
grave y la operación quirúrgica a la cual se someterá tan riesgosa, que
imposibilitó al gobierno a seguir ocultándola. Pero una lectura más sosegada
hace pensar que tal vez su salud no presenta una situación terminal y que al
presentarla como tal el chavismo sólo está buscando impulsarle dramatismo,
emocionalidad a la campaña actual para lograr que sus candidatos a gobernadores
se impongan. Recordemos que Chávez los nombró a dedo, no a
través de una contienda interna y que esto creó malestar en otros posibles candidatos,
división en los partidos aliados y filas del PSUV, así como apatía en no pocos
votantes “revolucionarios” a quienes se les moviliza más fácilmente cuando el
contendor es el carismático Presidente pero no cuando se trata de sus elegidos
candidatos, más aún cuando la mayoría de ellos son ahora militares.
En todo caso, la confesión presidencial tiene impactos de especial
significación para el gobierno y la oposición. A los dirigentes de ambos los
pone a correr en la recta final de la contienda regional; les impone la
imperiosa necesidad de unirse y de movilizar a sus votantes en los últimos 8
días de campaña.
A más largo plazo, los obliga a recomponer sus estrategias, alianzas y
liderazgos para una posible y pronta elección presidencial. La Constitución
establece que ante la falta absoluta de un Presidente electo por votación que
no haya asumido aún el cargo oficialmente, el presidente de la Asamblea
Nacional asume la Presidencia de la República mientras se convocan y celebran
nuevas elecciones en los 30 días posteriores al deceso del mandatario electo.
Además, que si el Presidente fallece, renuncia o es destituido durante los
primeros cuatro años de su mandato, le corresponde al Vicepresidente Ejecutivo
de la República asumir el mando mientras se convocan y celebran nuevas
elecciones.
Pero ¿quién garantiza que el también elegido sucesor de Chávez,
el Vicepresidente y Canciller Nicolás Maduroo los narco generales
del gobierno seguirán el mandato constitucional?. A la vez, ¿quién garantiza
que no se desatarán las rivalidades entre los diversos aspirantes a la primera
magistratura y entre las tendencias políticas que, aunque se afirme lo
contrario, proliferan dentro del oficialismo?
Por parte de la oposición, ¿podrá el ex candidato presidencial Henrique
Capriles Radonski volver a unir a las fuerzas opositoras en torno suyo
o surgirá un nuevo aspirante a través de algún tipo de consulta para escoger
entre los diversos aspirantes presidenciales, al menos entre los que se
presentaron a las primarias convocadas por la Mesa de la Unidad Democrática en
marzo de este año, o sencillamente no habrá un candidato unitario sino una
pléyade de aspirantes?
Como nos tiene acostumbrados la política venezolana, el nuevo capítulo
de esta tragicomedia continua con mayores imponderables e incertidumbres.
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