Por Econ. Juan Carlos Guevara, 25/11/2012
Boletín 116, AIPOP
Uno de los
indiscutibles atributos del discurso socialista, es su mensaje justiciero en
contraposición del supuesto egoísmo intrínseco
del capitalismo. Es un mensaje limpio y directo: acabar con la “explotación
del hombre por el hombre”.
Puesto así, ser
socialista es casi un acto de humanidad ya que nadie, en su sano juicio, puede
hoy día defender prácticas esclavistas. Y si a este “marketing” justiciero le
añadimos unas profundas crisis económicas en algunos países capitalistas,
pues mayor el apoyo a lo que sea que significa una economía
socialista.
Bueno es recordar, sin
embargo, que las crisis económicas ocurren cada cierto tiempo y, lejos de acabar
con el capitalismo tal y como lo predijo Marx, han terminado por renovarlo y
fortalecerlo. No deja de ser una curiosidad el hecho que, a pesar de las duras
consecuencias de las crisis económicas, exista tan poco interés en los modelos
de producción socialistas donde las cooperativas, suerte de comunas económicas,
son el eje central del aparato productivo. A lo mejor se debe a que en nuestro
ADN sicológico reposa el recuerdo de las condiciones laborales que se tenían
antes de que masificara el trabajo asalariado, y de allí nuestra resistencia. Revisando
la historia económica de, por ejemplo, Inglaterra, nos encontramos que antes de
la revolución industrial y la masificación del trabajo asalariado, el
trabajador era dueño de lo que producía y no convertía su fuerza de trabajo en
mercancía (alienación del trabajo).
Las estructuras de
producción estaban organizadas, adivinen, en
especies de cooperativas en los diferentes condados. Prácticamente cada
condado se especializaba en una fase de la producción la cual era “pasada” a la
siguiente fase hasta su culminación cuando era entregada y cancelada por el comerciante que la encargó. Era en el
momento en que se pagaba el valor de lo adquirido, que cada grupo participante
en el proceso productivo recibía su porción de pago. Realmente suena idílico:
no se trabajaba en fábricas sino cada quien en su hogar, no existía el horario de
trabajo sino que cada quien distribuía su tiempo como mejor considerara y no
existía el patrono “explotador”. Pero había un elemento muy perturbador: había
que esperar que el producto se vendiera para poder cobrar, lo cual podía tomar
meses y a veces años. La pobreza era rampante y las personas vivían
continuamente endeudadas. Hasta que surgió, como solución, una paga periódica
que sirvió de alivio a tanta penuria: el salario.
¿Quieren volver atrás?
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